No siempre tenemos que perdonar, a veces, nos tienen que perdonar.
Sorpresa mayúscula es comprobar como un gran número de personas consideran que pedir perdón es síntoma de debilidad, de fracaso, de pérdida de autoridad y respeto, cualidades que nadie quiere aceptar en uno mismo. Todo el mundo quiere ser fuerte y exitoso, sin darse cuenta de que la fortaleza es saber enfrentarse a la propia debilidad y que para ser conscientes de nuestro éxito tenemos que saber lo que es el fracaso. Por otra parte, una persona con autoridad que no sabe reconocer sus errores, pierde credibilidad, respeto y por tanto eso que tanto teme perder, la autoridad.
Esto acarrea que las personas que deben recibir las disculpas, muchas veces no las reciban nunca, en toda su vida.
¿Por qué hemos ido desarrollando ese comportamiento tan poco respetuoso y ético, ese comportamiento tan destructivo de nuestras relaciones interpersonales y, por tanto, de nuestra vida social? Seguro que son muchas las causas, puede que se deba a que siglos y años antes los castigos eran muy severos e incluso desproporcionados ante los errores o las faltas (intencionadas o no), a veces, incluso rondando lo grotesco. ¿Puede ser que nos hayamos movido de un extremo al otro y ahora exista una excesiva laxitud?
¿Tal vez todo esto se deba a que nos distraemos demasiado con las apariencias y nos cuesta llegar al fondo? De este modo, la apariencia de que somos fuertes y que no nos equivocamos ni cometemos errores nos hace completamente intransigentes a admitir nuestros propios errores y responsabilidades y nos hacemos maestros en dar la vuelta a todas las circunstancias para que si existen culpables o responsables sea el otro y nunca yo. ¿Cómo voy a permitir que mi imagen se vea dañada por el reconocimiento de un error, obligándome a tener que pedir disculpas?
A veces el comportamiento de quien ha de pedir perdón es absolutamente inmaduro: “Pido disculpas si van a ser aceptadas”. “Le pido perdón si me perdona, sino no.” “Ya le pediré disculpas cuando yo crea conveniente, ahora no se las merece” ¿No es para quedarse con los ojos como platos?
¿Si pido disculpas me tienen que perdonar? No. Pero nuestra responsabilidad moral, ética y social es disculparnos cuando somos conscientes de que debemos hacerlo.
El arrepentimiento sincero es un bálsamo para las relaciones interpersonales pero también para el corazón, para el alma, para la mente.
Ciertamente hay que ser una persona muy valiente para reconocer los errores, pedir perdón y asumir la responsabilidad, sobre todo en un mundo global y tan público como el nuestro.
Lo fácil y de débiles es negarse en rotundo a aceptar el error, pedir perdón y aceptar la responsabilidad.
Que nadie espere a que ya no se pueda pedir perdón o la persona a la que hemos de pedírselo ya no nos los permita (ya no digo que no nos perdone, sino que no nos permita tan siquiera pedir perdón).
Autora: Galicia Protocolo
Twitter:@galipro