Hoy, gracias a la aportación de una de nuestras lectoras, os dejamos un fragmento del libro «Lazos de Amor« del conocido psiquiatra estadounidense Brian Weiss.
Weiss habla de que todos tenemos una persona, o varias personas, que están ahí para nosotros. Coincidiremos con ellas y las reconoceremos sin duda alguna, el corazón será el encargado de avisarnos. La unión con estas personas es un lazo que va más allá del mundo actual, ya que el vínculo que existe es eterno y viene de muy lejos.
Weiss también hace referencia a las almas gemelas, personas que creemos conocer de toda la vida con sólo un instante a su lado, esas personas con las que nuestro cuerpo y nuestra alma se ponen de acuerdo para firmar una vida eterna con ellas… Brian Weiss describe de una manera preciosa el momento en el que dos personas se reconocen «La pasión que surge del mutuo reconocimiento supera la intensidad de cualquier erupción volcánica y se libera una tremenda energía«. Aunque apunta que este reconocimiento no siempre es inmediato, también puede darse de una manera más lenta y sutil; esta última suele ser la más común.
Antes de que leáis este precioso texto nosotros nos despedimos con una de nuestras partes preferidas: «gracias a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento podemos llegar a reconocer a un alma gemela. Sus manos nos rozan o sus labios nos besan, y nuestra alma recobra vida súbitamente.«Piel de gallina!!! Os dejamos con él:
Lazos de amor, Brian Weiss.
Hay alguien aquí para cada uno de nosotros.
A menudo, nos están destinados dos, tres y hasta cuatro seres.
Pertenecen a distintas generaciones y viajan
a través de los mares, del tiempo y de las inmensidades celestiales
para encontrarse de nuevo con nosotros.
Proceden del otro lado, del cielo.
Su aspecto es diferente, pero nuestro corazón los reconoce,
porque los ha amado en los desiertos de Egipto
iluminados por la luna y en las antiguas llanuras de Mongolia.
Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos de guerreros
y convivido en las cuevas cubiertas de arena de la Antigüedad.
Estamos unidos a ellos por los vínculos de la eternidad
y nunca nos abandonarán.
Es posible que nuestra mente diga: “Yo no te conozco”.
Pero el corazón sí le conoce.
Él o ella nos agarran de la mano por primera vez
y el recuerdo de ese contacto trasciende el tiempo
y sacude cada uno de los átomos de nuestro ser.
Nos miran a los ojos y vemos a un alma gemela
a través de los siglos. El corazón nos da un vuelco.
Se nos pone la piel de gallina.
En ese momento todo lo demás pierde importancia.
Puede que no nos reconozcan a pesar de que finalmente
nos hayamos encontrado otra vez,
aunque nosotros sí sepamos quiénes son.
Sentimos el vínculo que nos une.
También intuimos las posibilidades, el futuro.
En cambio, él o ella no lo ve.
Sus temores, su intelecto y sus problemas forman un velo
que cubre los ojos de su corazón,
y no nos permite que se lo retiremos.
Sufrimos y nos lamentamos mientras
el individuo en cuestión sigue su camino.
Tal es la fragilidad del destino.
La pasión que surge del mutuo reconocimiento
supera la intensidad de cualquier erupción volcánica,
y se libera una tremenda energía.
Podemos reconocer a nuestra alma gemela de un modo inmediato.
Nos invade de repente un sentimiento de familiaridad,
sentimos que ya conocemos profundamente a esta persona,
a un nivel que rebasa los límites de la conciencia,
con una profundidad que normalmente está reservada
para los miembros más íntimos de la familia.
O incluso más profundamente.
De una forma intuitiva, sabemos qué decir
y cuál será su reacción. Sentimos una seguridad
y una confianza enormes,
que no se adquieren en días, semanas o meses.
Pero el reconocimiento se da casi siempre
de un modo lento y sutil. La conciencia se ilumina
a medida que el velo se va descorriendo.
No todo el mundo está preparado para percatarse al instante.
Hay que esperar el momento adecuado,
y la persona que se da cuenta primero
tiene que ser paciente.
Gracias a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento
podemos llegar a reconocer a un alma gemela.
Sus manos nos rozan o sus labios nos besan,
y nuestra alma recobra vida súbitamente.
El contacto que nos despierta tal vez sea el de un hijo,
hermano, pariente o amigo íntimo.
O puede tratarse de nuestro ser amado que,
a través de los siglos;
llega a nosotros y nos besa de nuevo
para recordarnos que permaneceremos siempre juntos,
hasta la eternidad.
Brian Weiss.
Esperamos que este pedacito de la obra «Lazos de Amor» os gustase tanto como a nosotros. Os ha pasado? Creéis haber encontrado a vuestra alma gemela?