Conocemos a alguien. Nos da una pizca de su ser, y nos creemos que hemos encontrado a alguien especial con quien compartir nuestros momentos. ¿Por qué? ¿Cuál es nuestro margen de flexibilidad a la hora de encontrar pareja?
Cuando tenemos ansia de encontrar pareja… ¿bajamos nuestros valores personales a la altura de lo que se nos presenta? ¿Disfrazamos a nuestro gusto la realidad para volverla a nuestro interés? ¿Cómo ser objetivo en la toma de decisiones cuando el amor nunca lo es?
Complicado.
A veces la vida nos pone a prueba. Quizás en momentos en los que uno desea algo con mucha fuerza no es capaz de reconocer que lo que se le presenta no es lo que esperaba esperando.
Ejemplo: Si tienes ansia de chocolate y vas a la cocina en busca de un par de onzas y no las encuentras, seguramente te acabes comiendo algo que haya por la alacena que tenga virutas de chocolate. No es lo que buscabas, y lo sabes, pero en aquella decepción que te llevaste al no encontrarlo, necesitas engañar a tu mente con algo que lo supla para satisfacer tus necesidades.
Seguramente disfrutes con las virutas de chocolate, y te gusten, e incluso repitas. Y eso está muy bien, porque a veces probar cosas nuevas que no haríamos como acción mecánica nos lleva a encontrar sabores estupendos y momentos especiales. Pero tienes que ser consciente que las virutas son virutas y que nunca les podrás pedir que sean onzas de chocolate.
De esta forma yo me dejé llevar por un amor de verano.
La última relación que había tenido tuvo un principio tan bonito que olvidarme de ella fue un proceso muy lento en el tiempo y en mi mente. Demasiado. Me relajé en superarlo.
Está muy bien darse un tiempo prudencial tras una ruptura. Pero, después de eso, hay que volver a tener ilusión, hay que levantarse, hay que reír, hay que estar receptiva a lo que el mundo te presente, hay que saber apreciar los momentos del aquí y ahora.
Este verano fui consciente de que me estaba ¨durmiendo en los laureles¨ como lo habían hecho los antiguos triunfadores del Imperio Romano bajo sus coronas naturales; cuando dejaban de esforzarse.. No podía ser. Años atrás había vivido una linda historia de amor que había llegado a su fin, que ya no sangraba más, que ya no supuraba dolor. Un relato de amor no termina cuando la relación llega a su fin; sino cuando tu corazón deja de hablarte de esa persona.
Y me puse ¨manos a la obra¨; a dejarme llevar, a oler, a sentir, a observar, a dialogar, a indagar, a ser diana de recibir propuestas, a escoger.
Y escogí. Fue él. Un chico alto, elegante, divertido, inteligente, trabajador, autosuficiente, tranquilo e inquieto a la vez. Pero escogí mal. No era él.
De todas las características que acabo de enumerar, ninguna de ellas engloba la comunicación con otra persona. Ninguna de estas características necesita de otra persona para magnificarse. Todas las características de él que a mí me habían llamado la atención eran únicas e individuales. Ninguna de ellas me incluía a mí, ni de mí necesitaba para seguir viviendo en su máximo esplendor. A mi me gustaba él, a mi me enamoraba cada día más él; y no cómo él era conmigo.
Y gracias a la reflexión, tan importante en algunos momentos de nuestras vidas; gracias a la coherencia, gracias a las amistades (que son ojos en nuestras espaldas) y gracias a que la experiencia que me está guiando cada día a perfeccionar la elección del saber escoger… os quiero contar un secreto, he quedado con un chico que no para de preguntarme qué tal estoy 😉 Ya os contaré.
¨Saber elegir. Vivir es saber elegir. Se necesitan buen gusto y un juicio rectísimo, pues no son suficientes el estudio y la inteligencia. No hay perfección donde no hay elección.¨ Baltasar Gracián. Siglo de Oro. 1647. Oráculo manual y el arte de la prudencia.